Antes que las naves

Antes que las naves del corsario arrasen con mi puerto, tomaré mi saco de dormir, el cepillo de dientes, tu fotografía y partiré a recorrer los caminos agrestes de tu campiña, buscando el árbol que nos cobijó aquella noche de nuestro encuentro, buscando el arroyo que nos ayudó a despertar y sació nuestra sed, buscando el nido abandonado de aquellos pichones recién nacidos de la alondra que con trinos vistió de arpegios nuestro amanecer; buscando bajo las piedras del camino las palabras que aquella noche no encontré, cuando quise escribir mi mejor poema en la albura y tersura de tu piel.

Y espero que el tiempo me acompañe, que el frio no congele mis falanges escritoras, que los baches y piedras del camino no me hagan tropezar y caer; y que el viento del norte no entorpezca el caminar por los senderos de tu tierra.

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domingo, 22 de septiembre de 2013

Volver a volar



Hay momentos en que arrecia con fuerza inusitada este viento del norte, parece que me quiere expulsar más allá de sus límites, y tal vez tenga razón.
Es cierto, soy un intruso en estas tierras y en las comarcas que domina; soy un simple aventurero que llegué buscando un poco de cariño y mucho de amor.
¿Por qué llegue hasta aquí, tan lejos de mi tierra?
Llegué porque una vieja gitana amiga me dijo que en tierras del norte  me esperaba la fortuna que siempre había buscado, que estaba presa en un  lugar escondido  y que el Cierzo era su guardián.
Quise encontrar ese lugar y quise desafiar a ese viento, puesto que allí estaba la mujer que siempre soñé, estaba el amor que siempre anhelé, estaba la piel que siempre desee como abrigo.
Llegué, busqué y encontré el lugar. Fue un día que el viento andaba de fiesta. Allí estaba ella, nos miramos, sonreímos, reímos, cantamos, bailamos y nos enamoramos, al menos yo sé cuánto me enamoré.
Y jugamos en la campiña desafiando a volar a las aves, en las quebradas corrimos desafiando, en su cauce, al arroyo cristalino y a luz del sol bailamos retando al viento que estaba celoso.
Y en noche de primavera a la luna llena le mostramos nuestra piel desnuda, mientras el trigo de la pradera nos cobijó de la brisa del anochecer y un viejo roble solitario del rocío del amanecer.
Pasan los días y se va yendo el verano. Hoy siento que ella se aleja de mí buscando techo para cobijarse de la lluvia del  invierno y las heladas de mayo, puesto que yo no poseo nada para brindarle. Por lo tanto tendré que emigrar solo a menos que quiera que me quede y entre los dos construyamos un nido que nos cobije del invierno que se avecina y de todos los inviernos que quedan por vivir
Amor, hagamos un nido entre los dos con madera de robles añosos y clavos virtuales o volemos a mi tierra donde hay una casita pequeña que nos espera y  corramos por campiñas y quebradas del sur, con el sol de su verano.
Y si estás dispuesta, lo sientes y lo quieres ven vuelve y vuela conmigo, démonos un abrazo, un beso y no tengamos sólo placer sexual, sino que juntos y cobijados por nuestra propia piel sin límites, hagamos el amor en toda su magnitud.
Quiero luchar, pero la verdad es que las fuerzas ya me abandonan, sólo tú puedes darme bríos para volver a volar.

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