En tu cuello quise dibujar un beso,
Pero algo suave de color marrón me lo impidió.
Era un pañuelo de seda que se interpuso entre tu piel
y mi boca.
Intenté quitarlo, no pude.
Insistí en besarte, no pude.
Quise hablarte, pero antes de decir nada,
como por arte de magia, el pañuelo desapareció.
Y te besé, te besé y te besé.
Rozando tus hombros mis labios bajaron,
por un sendero tibio que incitaba a seguir avanzando.
Quise embriagarme en tus pechos y con mis manos
tomarlos;
pero algo me lo impedía.
Nuevamente el pañuelo de seda se interpuso entre los
dos,
otra vez
intenté sacarlo y nuevamente no pude.
Esperé algunos segundos y sin yo pedirlo también
desapareció.
Y mis manos recorrieron las fronteras de tu pecho,
también llegaron mis labios para seguir dibujando
y entre ellos y las manos en tu piel esculpieron
deseo.
El sendero continuaba y ávido seguí explorando;
boca, labios, manos y todos mis sentidos se unieron en el intento.
Pero otra vez, como coraza allí estaba el pañuelo de
seda marrón;
escondiendo, cuidando y cubriendo el tesoro que quiero
obtener.
Yo ya pensaba que al acercarme tendría que lidiar con
él
y sin embargo aun faltando un buen trecho para llegar,
sin intentar quitarlo, ni pedirlo, el pañuelo…
desapareció.
A mi vista se desplegó un valle hermoso para el solaz
sensorial
y un camino exquisito que atraía e incitaba a vivir;
Mientras una fuerza incontrolable arrastraba
a mis labios, a mis manos y a toda… a toda mi piel.
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Despierto…
siento que el sol derrama su luz en mi cara,
y en la ventana entreabierta, cómplice, trina una
alondra.
No recuerdo…
si la travesía por aquel sendero fue sueño, fantasía o
realidad.
No sé si viniste, estuviste, te fuiste o aún estás
escondida en la luz,
pero el pañuelo de seda allí está, desafiante,
ahora enredado en mi almohada.
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