Antes que las naves

Antes que las naves del corsario arrasen con mi puerto, tomaré mi saco de dormir, el cepillo de dientes, tu fotografía y partiré a recorrer los caminos agrestes de tu campiña, buscando el árbol que nos cobijó aquella noche de nuestro encuentro, buscando el arroyo que nos ayudó a despertar y sació nuestra sed, buscando el nido abandonado de aquellos pichones recién nacidos de la alondra que con trinos vistió de arpegios nuestro amanecer; buscando bajo las piedras del camino las palabras que aquella noche no encontré, cuando quise escribir mi mejor poema en la albura y tersura de tu piel.

Y espero que el tiempo me acompañe, que el frio no congele mis falanges escritoras, que los baches y piedras del camino no me hagan tropezar y caer; y que el viento del norte no entorpezca el caminar por los senderos de tu tierra.

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martes, 17 de junio de 2014

Rosalía y María

Vicente Herrera Márquez
 
Ellas son hermanas, muy buenas hermanas de sangre y de piel, parecen mellizas y por supuesto que lo son, nacieron el mismo día a la misma hora.
Son iguales, una un poquito más alta y la distingue un lunar, la otra en apariencia es más menuda, pero tiene un… no sé qué que llama la atención. En todo lo demás y en hermosura parecen gemelas. Una siempre se sitúa a la izquierda, la otra a la derecha y nada saben de política, aunque de repente por su actitud parecen guerrilleras.
Hoy ya han cumplido algunos años de edad  y muchos ciclos lunares; según el tiempo que pasa ellas han ido cambiando, pero cada día, ambas lucen más bellas que el día anterior.
En este tiempo de hoy anda un intruso que vino de lejos transitando por caminos de letras, dibujados desde no sé dónde hasta tierras vascas. Busca una Lamia, una Lamia soñada en la distancia de un lugar escondido en el sur, entre altas montañas nevadas y olas encrespadas de un bravío mar.
En primavera entre alondras y cigüeñas, buscando a la Lamia soñada, encontró a las hermanas en un remanso del Ebro y entre risas y cantos con ellas se puso a jugar.
—¿Cómo se llaman?  —preguntó el caminante.
—¡No tenemos nombre! —al unísono se lamentaron las dos.
—¿No tienen nombre?  —se extrañó el visitante —Yo les daré uno.
Ellas se miraron confundidas y cara de pregunta.
—Tú serás Rosalía y tú María, desde hoy en adelante y mientras yo esté aquí, así se llamarán —afirmó él, indicando a cada una el nombre de cada cual.
Ellas luciendo su tersa blancura vibraron y saltaron contentas, palpitando como dos volcanes.                     
En noches oscuras, en días de lluvia, a la luz del sol, bajo terciopelo de luna, incluso en fantasmagóricas  penumbras, Rosalía y María risueñas con el intruso atrevido, con pudor fingido se dejan querer.
Entre ambas pareciera que no hay rencores ni mezquindades, sólo sana competencia por ser la más intrigante, la más sutil, la más tentadora, incluso la más atrevida;  en una palabra ser la mejor.  
El intruso que además se ufana de ser poeta les promete serenatas al atardecer, romances a la luz de la luna y requiebros al amanecer.
Ambas en todo momento quieren, juntas, con él ir a jugar; lo esperan erguidas, una moviendo el lunar y la otra vibrando al compás, ambas resaltando el color de su piel se muestran dispuestas a compartir el cariño de aquél, pero sin celos y sin llegar a pelear.
Él las trata por igual, a sus ojos no hay distinciones, pero pareciera que si el juego pide besar, sus labios ansiosos buscan  la blanca piel de aquella que tiene un lunar.
Ellas bien saben que cuando el poeta con ellas se pone a jugar es porque va en busca de la fuente especial que está escondida entre altas espigas color de la noche, en un valle muy cerca de allí, y que a pesar de lo cerca que están no lo conocen, puesto que ellas están arraigadas al lugar que nacieron.
Rosalía y María preguntan cómo es la fuente y que es lo que mana de ella, él extasiado sin dejar de acariciarlas y también besarlas les dice: Yo sé cómo pueden conocerla si quieren las complazco y ahora mismo las llevaré.
—¡Vamos!  —A una voz responden las dos.
Ya estamos aquí, mírense en  ese  espejo de agua, allí están ustedes, juntas las dos, una a la izquierda, la otra a la derecha prácticamente al mismo nivel y más abajo verán el valle poblado de espigas oscuras que cubren celosas la fuente de amor que trastorna  a este errante viajero.
—¿Y dónde está ese valle y dónde nosotras? ¿En qué país? ¿En qué continente? Por favor, dinos dónde está.
Pues ustedes, la fuente y el valle están en un gran país y en el mejor continente, están en el cuerpo de Lamia, mi Lamia querida, la Lamia  que encontré en la ribera del río, aquella noche en el mismo momento que a ustedes conocí y recuerden en el tiempo que fue un poeta errante y enamorado de esta Lamia hermosa que ustedes adornan, él que como hombre las bautizo en Nochebuena  llamándolas  Rosalía y María. Pero sepan que el poeta sólo las bautizó porque sus nombres la misma Lamia los eligió.

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