Antes que las naves

Antes que las naves del corsario arrasen con mi puerto, tomaré mi saco de dormir, el cepillo de dientes, tu fotografía y partiré a recorrer los caminos agrestes de tu campiña, buscando el árbol que nos cobijó aquella noche de nuestro encuentro, buscando el arroyo que nos ayudó a despertar y sació nuestra sed, buscando el nido abandonado de aquellos pichones recién nacidos de la alondra que con trinos vistió de arpegios nuestro amanecer; buscando bajo las piedras del camino las palabras que aquella noche no encontré, cuando quise escribir mi mejor poema en la albura y tersura de tu piel.

Y espero que el tiempo me acompañe, que el frio no congele mis falanges escritoras, que los baches y piedras del camino no me hagan tropezar y caer; y que el viento del norte no entorpezca el caminar por los senderos de tu tierra.

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domingo, 22 de junio de 2014

Poemas pequeños que quizás no dicen nada (5)

Vicente Herrera Márquez


Una bruja o una gitana
 
Quiero respuesta a mis preguntas, pero repuestas verdaderas.
No sé si quien responda sea rubia o morena,  pero si debe ser  una bruja o una gitana.
Cualquiera de ellas satisfará mis inquietas inquietudes.
Que no sea un chamán o un adivino, los hombres no sabemos de estas cosas
 y nos enredamos en explicaciones, muchas veces sin sentido.
Que sean mujeres que me expliquen lo inexplicable del sentir de otras mujeres. 

Poemas pequeños que quizás no dicen nada (4)

Vicente Herrera Márquez


Me gustaría
Me gustaría vivir contigo.
Discutiríamos varias horas del día
Pelearíamos  por lo menos una de esas horas
Nos encerraríamos otras tantas en nuestros propios pensamientos
Luego por dos horas calmaríamos el ímpetu de nuestros caracteres
Y el resto del día… estoy seguro que viviríamos nuestro amor.
 
Me cansé
Me cansé de llamar a tu puerta,
de rasguñar los cristales de tus ventanas,
y de esperar que asomaras por entre las cortinas.
De no recibir ni unas pocas letras, un susurro en el viento
o un te quiero escondido en un correo.
Me di cuenta de que mis gritos no traspasan tu ropaje de silencio
y mis caricias no pueden vencer la coraza con que vestiste tu piel.
 
El juego
En el juego de la vida jugué y gané.
También jugué y perdí.
Gané tu adiós y perdí tu amor.

Poemas pequeños que quizás no dicen nada (3)

Vicente Herrera Márquez

No sé y no importa
No sé dónde andas, no sé con quién estás,
tampoco sé si estas enferma o gozas de buena salud.
Pienso que puedes estar en los versos de otro poeta
o en los brazos de algún soñador que te haya conquistado
soñando, cantando, durmiendo o haciendo el amor.
No sé.
No importa.
Yo solo sé que te quiero y no puedo olvidarme de ti.
Estas dibujada y tatuada con fuego en mi piel.
Estas escrita en mis pupilas, en mis cartas y mis libros.
Y cantas en mis oídos, cual alondra de madrugada
 
No existen las distancias
Y pensar que sin conocernos, nos quisimos.
Sin olernos tu sudor ni el mío, nos abrazamos.
Sin vernos a los ojos,  nos amamos.
Y sin sentir en nuestras manos el calor de la piel de cada uno,
hicimos el amor y gozamos el placer de mil orgasmos,
que como racimos de uva verde maduraron
a pesar de la distancia de un océano.

Poemas pequeños que quizás no dicen nada (2)

Vicente Herrera Márquez 


Sueño de poeta
Un día contigo le pido a la vida, tan solo un día.
Para quererte, adorarte, mimarte en las horas de sol,
en la noche perderme en tu selva, hundirme en tu ser.
Y al amanecer, cuando el Cierzo amaine,
escribir un poema en tu piel.
 
Sí, está escrito
Yo lo escribí y así tendrá que ser.
Algún día, no muy lejano, estaremos juntos,
arderán tu piel y la mía,
serán una hoguera quemando pasión.
Los leños del deseo serán flama ardiente
y los orgasmos, rescoldo caliente.
 
Rictus, muecas y surcos en la piel
 
Desde el día que comenzó tu silencio
mi espejo fue adquiriendo una mueca de dolor,
que se muestra cuando me afeito y también cuando me peino.
Se confunde con los surcos que poco a poco van horadando la piel
y se disfrazan los años insensibles con el rictus que dejo tu olvido.
Poco a poco me doy cuenta que fui nadie,
fui soplo de viento pasajero y  hálito de romance imaginado.

Poemas pequeños que quizás no dicen nada (1)

Vicente Herrera Márquez 


¿Y si te olvido?
 
¿Qué pasará si te olvido?
No, no te voy a olvidar
Porque si te olvido me voy a morir,
y quiero morir de viejo , no por olvidarte.
 
Verte con el pelo suelto
 
Verte con pelo suelto,
ojos de vampiresa
y labios color rubí.
Verte envuelta en vestido ajustado,
de lino blanco y a media pierna.
Al verte así, todo me dice que esta noche
tendremos fiesta de amor.
 
Un pasaporte
 
 
Compré un pasaporte para la felicidad
y me quedé sólo con un papel.
Nos íbamos a encontrar
allá, acá o en cualquier lugar,
pero el destino nos dejos al centro…
justo en medio de la nada.

Tener o no tener

Vicente Herrera Márquez
 
 
Tengo un poco de lo que he ganado.
Tengo mucho que me han regalado.
Tengo algo de lo que me han dado.
No tengo nada de lo que he robado.
Aún espero bastante de lo que he soñado,
pero se acerca el final y me doy cuenta cabal
que volveré a la tierra, sin nada, tal como llegué.

Poema inconcluso

Vicente Herrera Márquez
 
 
 
Tus labios y mis labios quedaron
sedientos
de los tuyos y los míos
Tus manos y mis manos quedaron
vacías
de tus contornos y los míos
Tu mirada y mi mirada ciegas quedaron
sin el reflejo
de tu imagen y la mía
Tu libro y mi libro de memorias quedaron
con páginas en blanco,
algunas con versos insinuados,
muchas con letras vividas
y una muy  importante
en la que hay escrito un poema
que aún le falta el  final.

Locura

Vicente Herrera Márquez
 
 
Grito tu nombre desde el centro de la noche silenciosa.
Grito tu nombre en las esquinas de la calle bulliciosa.
Grito tu nombre en una inmensa sala de hospital.
Grito tu nombre en el centro del cementerio callado.
Me pierdo en el laberinto de los ladrillos pintados de blanco,
donde cuelgan pinturas compradas a algún loco de la calle.
Ahogo sollozos  en un Martini seco con lágrimas saladas.
Rasguño como un gato  el vidrio de la cubierta del escritorio,
Golpeo con rabia el teclado y lucho con los pixeles en la pantalla,
buscando tu imagen, un indicio de ti o algún verso con mi nombre;
buscando rastros de tu andar, que aún dibujen tu caminar en mi libro;
buscando tu mirada, tu palabra, tu aroma y extensiones de tu piel.
Vuelo con las alas de un buitre muerto de hambre en la campiña
y me pongo zapatos de minero para entrar en las cavernas tenebrosas.
Por momentos soy arlequín que va saltando de cama en cama
y de repente un fauno  con tridente de bambú envuelto en llamas.
Soy lobo hambriento en una esquina y oveja asustada  en  una callejuela,
como así también soy dios y diablo en este camino de locura,
por el que voy huyendo de ese adiós que nunca pronunciaste.

Libertad de creer

Vicente Herrera Márquez
 
 
Me preguntas:
En quién o en qué debes creer.
Sin ser erudito, desde mi ignorancia, trataré de responder.
Muchos te pueden decir en que creen ellos y por qué,
otros te podrán informar la conveniencia de esto o lo otro,
muchos querrán obligarte a creer en lo que a ellos también los obligaron,
también te dirán que debes creer en lo que  la tradición recogió en el tiempo
y no faltará el que te diga que es obligación el creer.
Pero yo te digo:
Tú eres libre de creer en qué o en  quien quieras,
tú eres libre de creer en el hombre, en dioses  o en diablos,
pero si quieres creer, comienza por creer en ti.
Y si en algo crees se consecuente y fiel a esa creencia.
Recuerda que las ideas cambian, crecen, degeneran, mutan, evolucionan
y nadie te debe ni puede obligar a creer por que sí o porque no,
por anga o por manga,  en zutano o mengano,
en túnica, sotana o corbata, en azul o en blanco.
Tú elige, pero sobre todo y ante  todos, cree en ti.

15 de julio del año del amor

Vicente Herrera Márquez
 
Lo nuestro no requiere de un 14 de febrero,
tampoco de un día señalado en el calendario,
una fiesta  o una ceremonia con el nombre del amor.
Nuestros serán, aún con altibajos, distancias y adioses aparentes,
todos los días, con sus noches, que suman doce meses.
Aquellos días entre un verano del norte y un invierno del sur;
una noche que fue ocaso de lunes y amanecida de martes,
en un refugio escondido, allá donde anidan las cigüeñas.
En esos días se confabularon los versos con la noche de Navarra;
se unieron labios en beso sellando un conjuro de razas;
se humedecieron sábanas , con sudor de piel, de latitudes distantes
y al unísono en suspiros y  estertores de placer
una mujer y un hombre, tú y yo,  unidos con lazos de distancia,
en tu idioma y el mío conjugamos  el verbo amar.

Antes que arrase el huracán

Vicente Herrera Márquez
 
Antes que arribe el ciclón que me llevará a mi morada final,
con mis últimas alas, las que tú me diste, quiero  volar por mi viento final.
Seguiré el camino que la alondra trazó,  buscando un refugio escondido,
allá en tierras del norte, donde se cultiva el cereal y el olivo,
allá en el valle de espigas morenas que me alimentaron con el pan del amor.
Seguiré el viento que lleva el olor profundo de olivas,
envuelto en la fragancia que exuda  tu piel, tu boca y tu sexo.
Y antes que el huracán destruya mis alas cansadas y marchitas,
antes  que arrase con los nidos que abandonaron las cigüeñas
y antes que el frío transforme mis palabras en versos de estalactitas,
quiero llegar a tu puerta y dejarte mi último libro con versos para ti,
escrito, con ayuda del  Cierzo,  en los caminos vascos del norte de España.

Actualidad

Vicente Herrera Márquez
 
Cariño, no leas las hojas viejas de mi libro,
deséchalas, están ilegibles, sucias y arrugadas.
Lee las más nuevas, las actuales, las que hablan de ti.
Esas que recorren caminos de hoy y saben a agua fresca.
Esas que hablan de nuestros momentos de ahora;
del trayecto que vamos dibujando
y del camino que vamos construyendo;
del refugio escondido en un rincón virtual;
de las horas compartidas en calendarios similares
con relojes diferentes que marcan el tiempo desfasado,
pero que forzamos a que caminen en tiempos simultáneos.
No leas lo pasado, eso hace tiempo que se fue,
hoy mis páginas copian letras de tus ojos,
pronuncian palabras de tu boca y dibujan besos de tus labios.
Eres medio día de mis días, eres media luna de mis noches,
eres la mitad de muchas cosas, siendo mucho más que la mitad de mi vida
 y no eres todo porque  no quiero ser tu dueño.
Quiero ser tu compañero, tu yunta y tu amante apasionado
pero siempre  respetando tu espacio personal.
Seamos enamorados de hoy, seamos amantes actuales.

¿Habremos?

Vicente Herrera Márquez
 
 
¿Habremos escrito todas las palabras que permite el abecedario?
Si lo hicimos ya nada más podremos dibujar con letras,
pero si no lo hicimos, escribamos una, dos o tres páginas más.
 
¿Habremos dejado huellas marcadas en todos los caminos?
Si lo hicimos quiere decir que tocamos nuestro horizonte,
pero si no lo hicimos sigamos caminando trazando otro sendero.
 
¿Habremos dicho todo los “te quiero” que pudimos modular?
Si lo hicimos nuestra garganta ya no podrá articular palabras,
pero si no lo hicimos gritemos al viento cuanto nos queremos.
 
¿Habremos hecho el amor tantas veces como hubiéramos querido?
Si lo hicimos, ojalá que haya sido por amor y no por compromiso,
pero si no lo hicimos y aún nos amamos, ven y hagamos el amor.
 
¿Habremos trabajado todo lo posible para vencer los obstáculos?
Si lo hicimos será que nos apuramos y nos cansamos antes de llegar,
pero si no lo hicimos, aún con herramientas gastadas podemos continuar.
 
¿Habremos o no habremos?
Si es  sí, ya nada queda por hacer;  pero si es no, ven sigamos caminando
y construyamos, escribamos  y hagamos todo lo que aún queda por hacer.

La gitana de ojos color cielo

Vicente Herrera Márquez
 
 
Hace tiempo en la plaza del pueblo,
Un joven trovador enamorado
tocaba guitarra y cantaba
simples canciones de amor.
Entre la gente que lo escuchaba,
bajo la sombra de un ombú,
se encontraba una gitana.
Ella era joven con ojos color cielo
y su pelo enredado era un trigal.
 
Pasó el muchacho su sombrero
recogiendo el sustento diario,
en el sombrero las monedas
y en el alma los aplausos.
Al llegar a la gitana hermosa
de ojos color cielo y pelo como un trigal
esta lo miro a los ojos…
 
Aquel muchacho que tocaba y cantaba,
canciones simples de amor, era yo,
y la gitana hermosa me dijo:
trata de que nunca llore tu guitarra,
porque el día que lo haga, estará muriendo el amor.
 
No creo en predicciones gitanas,
pero hoy no sé qué pueda pasar… no sé…
porque… porque está llorando mi guitarra.

Hoy quería

Vicente Herrera Márquez

 
Hoy quería,
olvidarme de la crisis y el viento
y a la salida del sol, darte un beso.
Hoy quería,
muy temprano después del saludo,
juntos,  conversar el café.
Hoy quería,
Al pasar por el jardín del vecino,
para ti, robar una rosa.
Hoy quería,
enredarme en tus pensamientos
y saber si de verdad me extrañabas.
Hoy quería,
adornar con flores tu cabello
y con palabras hilarte un collar.
Hoy quería,
con letras tuyas y algunas mías,
escribir juntos un poema de amor.
Hoy quería,
hacer corto el día alargando las horas
y esperar que llegara la luna.
Hoy quería,
que los leños del fogón
y luz de velas rasgaran penumbras.
Hoy quería,
al llegar la noche navarra,
lentamente quitarte el vestido.
Hoy quería,
con manos inquietas,
recorrer tu camino de piel.
Hoy quería…
Hoy quería… hoy quería...
sí querida, hoy quería…
¿Sabes qué?
Hoy quería, hacerte el amor.

Las piernas del pastor

Vicente Herrera Márquez
 
 
Por las piernas curadas del marrano,
palpita mi paladar y se hacen agua las papilas.
 
Por las piernas del vino en la copa,
se enciende  mi mirada y se nubla mi conciencia.
 
Por las piernas de mi mujer en la cama,
se aleja el cansancio y se espanta el sueño,
se extravía mi cordura y se alerta el sosiego.
Soy pastor y soy poeta, soy hombre y me vuelvo loco;
se extravían mis ovejas y se liberan los lobos.
Mientras por los conductos genitales va mi esperma
corriendo como río de lava ardiente y apurada.
 
Todo esto gracias al jamón serrano y al vino,
pero más que eso, a las  piernas de mi mujer.

martes, 17 de junio de 2014

Puede que en tu memoria

Vicente Herrera Márquez
 
No te preocupes del viento o la lluvia, yo me perdí en la bruma.
No estaré en la parada del autobús ni en la estación del metro,
tampoco en el supermercado, ni pidiendo limosna en la esquina.
No seré un policía, un doctor y mucho menos un encuestador.
 
Lee tranquila los diarios, ya no van a aparecer imágenes mías.
Los teléfonos olvidaron los números de la memoria que compartimos,
las redes sociales ya ni se acuerdan de aquel romance virtual
y los ordenadores, al igual que un virus, me extirparon de raíz.
 
Puedes caminar tranquila por la calle, no te vas a encontrar conmigo,
nada, ni nadie te hará recordar ni siquiera un solo beso de mis labios.
Y si en alguna parte me lees, me oyes, me ves o incluso me palpas,
piensa que soy un espejismo, una mentira, no estoy en ningún lado.
 
Pero sí esa visión y sensación persisten es porque algo está pasando,
debe ser que aún permanecen en el aire algunas palabras mías,
que en algún papel arrugado quedan versos que no se han borrado
o quizás es probable que aún esté escondido, en un rincón de tu memoria.

Con tristeza y alcohol

Vicente Herrera Márquez
 
 
Mis copas de olvido se preparan
con un dedo de  tristeza,  otro de  hastío, 
una onza de alcohol,
una rodaja de limón,
dos cubos de hielo bien "fríos"
y  se rellenan... con tiempo vacío.
 
No hacen días las horas sin ti,
son un laberinto de letras perdidas
y se hacen un ovillo de recuerdos enredados.
No tiene sentido gritar en las calles,
si en las veredas no hay nadie;
todos se han ido
y las esquinas se colman de ausencia de ti.
 
Mi copa la llena tristeza y  tiempo vacío,
la espera es un dilema sin principio ni fin,
el tiempo se vuelve ausencia y hastío
y las calles indiferentes, oscuras, vacías…
desde el silencio me gritan tu olvido.

Viejo, pero no tanto

Vicente Herrera Márquez

Me miro al espejo y no me veo viejo,
camino rápido y no me siento viejo,
sólo que por instantes un poco cansado.
En algún momento puede que me sienta  olvidado,
cuando en días nublados pienso en cariños idos,
y muchas noches añoro el roce tibio de una piel suave.
Padezco  alergia al sol, el polen  y las plumas,
y me molesta el ruido de la calle y el silencio del insomnio.
Soy un caminante sediento  buscando una fuente o un cántaro
y me siento campo estéril si mi garganta no la riega el vino.
También un animal hambriento cuando no como asado,
y enfermo de nostalgia cuando no hay  arroz con leche,
una buena porción de flan o helado de bocado.
En los días grises vago como lobo solitario en la estepa nevada,
y soy un pobre poeta  marginado cuando me abandonan las musas
 
Pero…
Pero me siento abundante cuando aparecen letras para escribir
y alegre cuando alguien de lejos me escribe o me hace un guiño.
Me entusiasmo con un brindis de buen vino y ojos vivaces.
Como hasta hartarme cuando me invitan y la ocasión lo amerita,
y soy un lobo inquieto con luna llena, cuando huelo aroma de mujer.
Me pongo romántico si me sonríen y poeta atrevido si me dan un beso.
Me excito como gallo de pelea si una mujer me acaricia con su mirada.
Corro y brinco como toro de lidia en ruedo, si tomo viagra.
Pero igual… pero igual me cuido, me cuido y no exagero,
para que dure el tiempo propicio, antes de llegar a viejo,
mejor dicho: un poco más viejo.

Viento vasco

Vicente Herrera Márquez
 
 
Vine siguiendo una estela de letras.
Al norte de los paralelos llegué.
Sin conocer a nadie, logré hacerme amigo del viento.
Cierzo, viento travieso hermano de raza indómita y
Amigo de este poeta errante llegado del sur.
 
Hicimos el trayecto verso y preguntamos por dónde,
El tiempo fue vida en tus ondas y me ayudaste a buscar.
Recorrimos llanuras, montañas y ríos.
Mientras las Lamias y alondras nos indicaban los rumbos.
Ora al este, ora al oeste o algunos pasos al sur.
Sin saber que el poeta buscaba
A  la Lamia más linda, a la reina de todas las  Lamias.

Rosalía y María

Vicente Herrera Márquez
 
Ellas son hermanas, muy buenas hermanas de sangre y de piel, parecen mellizas y por supuesto que lo son, nacieron el mismo día a la misma hora.
Son iguales, una un poquito más alta y la distingue un lunar, la otra en apariencia es más menuda, pero tiene un… no sé qué que llama la atención. En todo lo demás y en hermosura parecen gemelas. Una siempre se sitúa a la izquierda, la otra a la derecha y nada saben de política, aunque de repente por su actitud parecen guerrilleras.
Hoy ya han cumplido algunos años de edad  y muchos ciclos lunares; según el tiempo que pasa ellas han ido cambiando, pero cada día, ambas lucen más bellas que el día anterior.
En este tiempo de hoy anda un intruso que vino de lejos transitando por caminos de letras, dibujados desde no sé dónde hasta tierras vascas. Busca una Lamia, una Lamia soñada en la distancia de un lugar escondido en el sur, entre altas montañas nevadas y olas encrespadas de un bravío mar.
En primavera entre alondras y cigüeñas, buscando a la Lamia soñada, encontró a las hermanas en un remanso del Ebro y entre risas y cantos con ellas se puso a jugar.
—¿Cómo se llaman?  —preguntó el caminante.
—¡No tenemos nombre! —al unísono se lamentaron las dos.
—¿No tienen nombre?  —se extrañó el visitante —Yo les daré uno.
Ellas se miraron confundidas y cara de pregunta.
—Tú serás Rosalía y tú María, desde hoy en adelante y mientras yo esté aquí, así se llamarán —afirmó él, indicando a cada una el nombre de cada cual.
Ellas luciendo su tersa blancura vibraron y saltaron contentas, palpitando como dos volcanes.                     
En noches oscuras, en días de lluvia, a la luz del sol, bajo terciopelo de luna, incluso en fantasmagóricas  penumbras, Rosalía y María risueñas con el intruso atrevido, con pudor fingido se dejan querer.
Entre ambas pareciera que no hay rencores ni mezquindades, sólo sana competencia por ser la más intrigante, la más sutil, la más tentadora, incluso la más atrevida;  en una palabra ser la mejor.  
El intruso que además se ufana de ser poeta les promete serenatas al atardecer, romances a la luz de la luna y requiebros al amanecer.
Ambas en todo momento quieren, juntas, con él ir a jugar; lo esperan erguidas, una moviendo el lunar y la otra vibrando al compás, ambas resaltando el color de su piel se muestran dispuestas a compartir el cariño de aquél, pero sin celos y sin llegar a pelear.
Él las trata por igual, a sus ojos no hay distinciones, pero pareciera que si el juego pide besar, sus labios ansiosos buscan  la blanca piel de aquella que tiene un lunar.
Ellas bien saben que cuando el poeta con ellas se pone a jugar es porque va en busca de la fuente especial que está escondida entre altas espigas color de la noche, en un valle muy cerca de allí, y que a pesar de lo cerca que están no lo conocen, puesto que ellas están arraigadas al lugar que nacieron.
Rosalía y María preguntan cómo es la fuente y que es lo que mana de ella, él extasiado sin dejar de acariciarlas y también besarlas les dice: Yo sé cómo pueden conocerla si quieren las complazco y ahora mismo las llevaré.
—¡Vamos!  —A una voz responden las dos.
Ya estamos aquí, mírense en  ese  espejo de agua, allí están ustedes, juntas las dos, una a la izquierda, la otra a la derecha prácticamente al mismo nivel y más abajo verán el valle poblado de espigas oscuras que cubren celosas la fuente de amor que trastorna  a este errante viajero.
—¿Y dónde está ese valle y dónde nosotras? ¿En qué país? ¿En qué continente? Por favor, dinos dónde está.
Pues ustedes, la fuente y el valle están en un gran país y en el mejor continente, están en el cuerpo de Lamia, mi Lamia querida, la Lamia  que encontré en la ribera del río, aquella noche en el mismo momento que a ustedes conocí y recuerden en el tiempo que fue un poeta errante y enamorado de esta Lamia hermosa que ustedes adornan, él que como hombre las bautizo en Nochebuena  llamándolas  Rosalía y María. Pero sepan que el poeta sólo las bautizó porque sus nombres la misma Lamia los eligió.